TRIBUNA SOCIEDAD
Terrorismo
de género
SUSANA
ENCISO
Actualizado:
15/04/2014 21:04 horas
«YO SIEMPRE había sido la hija de mis padres, la
hermana de mis hermanos, la vecina de mis vecinos, la compañera de los que
trabajaban conmigo, la amiga de mis amigos. Él consiguió separarme de todos y
de pronto me di cuenta de que no era amiga de nadie, ni vecina de nadie porque
evitaba hablar con los vecinos para evitar conflictos con él, no era la
compañera de nadie porque me obligó a dejar de trabajar... De pronto me di
cuenta de que ya no era nada de nadie. De que ya no era nada». Me lo contó una
mujer en una sesión de terapia inolvidable, una confesión que resumió en apenas
un puñado de palabras la historia de millones de mujeres en miles de países a
lo largo de todos los siglos.
Violencia de género: tres ministros se han reunido ex
profeso, el PSOE quiere que el tema alcance rango parlamentario, los
informativos enfocan sus cámaras un rato... Todo parece responder a la
impresión de la muerte. De la muerte acumulada en pocos días, claro. Varios
asesinatos en dos semanas sirven para hablar de «repunte». Pero no es cierto.
Cuando acabe este año, el número de asesinadas será más o menos el mismo que el
del pasado y ningún ministro habrá ido a un funeral. Cuando acabe este año, la
cifra de mujeres heridas se medirá en decenas de miles, pero no la conoceremos.
Cuando este año acabe, habrá más de 100.000 denuncias y algún millón más oculto
de mujeres que no se atreven, que no pueden, que no saben... «¿Repunte»? ¿Y
cuando pasen dos semanas sin un asesinato habrá... «descenso»?
Esta violencia no se mide sólo en sangre. Es
persistente, verbal, económica, educativa, psicológica. Está en las canciones
de moda, en la publicidad sexista, en la desigualdad laboral. No está aislada,
no ocurre nunca una vez, ni a una sola mujer. Genera miedo. Es brutal y sutil.
Es personal y estructural. Es una violencia histórica. Como el terrorismo.
Yo trabajo en un centro de recuperación y rehabilitación
integral de mujeres maltratadas. Una vez fuera de la violencia nos gusta, y les
gusta, llamarlas supervivientes.
Muchas de ellas no están en las estadísticas. Y aun
así, las cifras son tan terribles que convierten la violencia machista en uno
de los problemas más graves de la Humanidad. La estadística de muertes,
agresiones, órdenes de alejamiento y de protección o de supervivientes
atendidas no debería ser soportable para esta sociedad, porque nos habla de
mujeres asesinadas y de otras, de número incalculable, que sufren a diario la
tortura de la violencia machista. Ninguna banda terrorista tuvo nunca tantas
personas secuestradas al mismo tiempo como tiene el terrorismo de género.
Y ahora traten de ver a las víctimas no sólo como una
estadística, sino de una en una. Intenten ver su sufrimiento, ponerse en su
piel con cada matiz de dificultad que supone su vida diaria. Estas mujeres
comparten conmigo la angustia que sufren al escuchar cómo su pareja introduce
la llave al llegar a casa. Cómo alguno de los niños y niñas se orinan encima,
asustados por el peligro que llega con su padre. Cómo ellas y sus hijas e hijos
se hacen expertos en identificar cualquier cosa en ese sonido que les dé una
pista del ánimo con el que él llega a casa, para anticipar si con él aparece la
tortura del terror o será una noche razonablemente tranquila.
La violencia, y esto la hace especialmente
devastadora, la ejerce alguien con quien la víctima tiene un vínculo
importante. Es su pareja o ex pareja y, en muchas ocasiones, el padre de sus
hijas e hijos. Alguien a quien eligieron, en quien confiaron y, muchas veces,
por el que aún tienen fuertes sentimientos de amor o de compromiso. Esto las
convierte en víctimas diferentes que requieren de una intervención específica.
Es una creencia popular que a las mujeres víctimas de
violencia les resulta difícil salir de la situación de maltrato porque son muy
dependientes de su maltratador. Mi experiencia profesional con ellas es muy
distinta. La dependencia es de ellos. Es significativo que los centros para
mujeres víctimas de violencia de género sean lugares ocultos. La realidad es
que son ellos los que las buscan y persiguen sin descanso.
Es tan específica esta violencia, está tan
interiorizada bajo nuestra piel, que ellas, las víctimas, tienen sentimientos
de compromiso y responsabilidad hacia sus agresores. He visto mujeres que tras
años de tortura diaria, una vez tomada la decisión de escapar, pasaron la tarde
anterior a su partida cocinando y congelando comida por miedo a que su torturador
no fuera capaz de cocinar para sí mismo.
La violencia de género crece lentamente. La relación
comienza a llenarse de comportamientos abusivos, de quejas implícitas, de
peticiones de todo tipo y tan frecuentes que consiguen que la víctima invierta
en atenderlas toda su energía y todo su tiempo. Hablo de mujeres que conviven
con alguien que continuamente les critica o menosprecia. «Inútil, fea, guarra,
puta, qué va a ser de ti sin mí, mala madre, loca, torpe, tú qué sabes, cierra
la boca...» son expresiones que se harán cada día más frecuentes. Tanto, que
llegará un momento en el que no consigan recordar cuándo se sentían listas,
guapas, fuertes...
Cuando la violencia se extiende en el tiempo la
víctima normaliza comportamientos de fuerte componente agresivo. Se trata de un
proceso cognitivo por el que la víctima trata de ver como «normal» algo que de
otro modo le resultaría insoportablemente doloroso. Tal proceso deriva en un
aumento de la tolerancia hacia la violencia.
Las víctimas acarrean intensos sentimientos de culpa
por razones que conviven y que parecerían incompatibles. Culpa por «destrozar»
a su familia, por no haber «sabido llevarle», por «aguantar tanto en la
relación». Y al mismo tiempo, por «no haber aguantado lo suficiente» y así
seguir intentando que todo fuera bien. Y con el sentimiento de culpa, el
agresor controla a la mujer culpabilizándola de cualquier cosa, especialmente
de sus estallidos de violencia. «Mira cómo me haces poner», «sólo tú consigues
sacar lo peor de mí».
LAS SUPERVIVIENTES sufren un alto grado de vergüenza.
Las víctimas de violencia de género no tienen el mismo reconocimiento social
que otras víctimas. No les resulta fácil presentarse ante los demás con el
orgullo de haber conseguido salir de una situación de violencia cruel. Siempre
se sienten sospechosas de algo porque una parte de la sociedad así las
presenta. De exagerar, de mentir para obtener beneficios, de haber aguantado la
situación de forma voluntaria, de no saber defenderse de los ataques, de no
haber sabido llevar a su marido... Sus sentimientos de culpa son resultado de
la forma en que la sociedad percibe el problema. De la constante sospecha de
que detrás de una denuncia hay un interés de la mujer por conseguir algo
diferente a su seguridad.
No podemos olvidar su miedo a no ser creídas. El
fantasma de las denuncias falsas, tan bien manejado por algunos sectores, ha
contribuido al temor de las mujeres a que nadie las crea. Este miedo refuerza
el mantra escuchado permanentemente de labios del agresor: «¿Quién te va a
creer?».
La violencia contra las mujeres es una consecuencia
directa del patriarcado. El hecho de entenderse como parte de algo, no como una
mujer asilada, tiene un papel fundamental en el proceso de recuperación de la
mujer. Cuando una mujer dice «ahora sé que es una lucha de todas» y mejora la
forma de percibirse a sí misma está empezando a salir del infierno.
Las víctimas de violencia de género tienen herida la
autoestima, derrumbada en añicos su identidad, rotas las pautas de relación
materno filial. Y viven en la ansiedad, la depresión, el síndrome de estrés
postraumático, el proceso de elaboración de duelo... Y con todo ese equipaje de
dolor encima, algunas se atreven a denunciar. Y se meten en un largo y en
ocasiones doloroso proceso judicial.
En la recuperación de las víctimas de esta lacra
supondría una importante ayuda que la actitud social hacia ellas fuera otra.
Ojalá consiguiéramos entender la valentía de las mujeres que consiguieron decir
¡basta! Es un deber social darles el lugar que merecen, tal y como se hace con
víctimas de otros terrorismos.
España ayudará a recuperar a las víctimas cuando trate
la violencia de género como una cuestión de Estado, cuando las noticias de sus
asesinatos sean portada, cuando a sus funerales acudan cargos políticos como en
otros funerales de Estado, cuando se reciba a las supervivientes en actos
oficiales, cuando no dudemos de ellas y rechacemos de plano al agresor. Puede
que entonces recuperarse no les resulte tan difícil.
Nunca he conocido a personas más grandes y valientes
que con las que tengo el honor de trabajar cada día.
Susana Enciso es psicóloga clínica especializada en
violencia de género y trabaja en un centro de recuperación de mujeres
maltratadas.